Columna publicada en el diario El Mostrador el 14 de Octubre de 2014 en http://www.elmostrador.cl/opinion/2014/10/14/la-banalidad-del-mal-y-los-procesos-de-formacion-en-las-fuerzas-armadas-y-de-orden/
La
gran filosofa política Hannah Arendt en su célebre libro “Eichmann en
Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal”, reflexiona sobre el juicio
contra Adolf Eichmann, coronel nazi responsable de los genocidios en Polonia
durante la segunda guerra mundial. En su obsesión por entender los orígenes de
los procesos totalitarios, particularmente en la relativización y destrucción
de estándares éticos básicos, Arendt identifica las características
irreflexivas y banales de Eichman, quien alegaba no tener ninguna
responsabilidad en los hechos acontecidos, ya que decía haber estado
simplemente “haciendo su trabajo”.
Es
indiscutible que en nuestro país hemos avanzado en “normalizar” las relaciones
cívico-militares, lo que se traduce en términos generales, en la subordinación
de las uniformados al poder civil y constitucional, además de la adhesión de
dichas instituciones a los valores democráticos, comprendiendo a su vez su rol
especifico en una sociedad cada vez más demandante y diversa. Lo anterior debiese
haber permitido entre otras cosas, reconstruir acuerdos fundamentales de nuestro funcionamiento democrático, la
adaptación de dichas instituciones a un nuevo contexto y la construcción de un
relato medianamente compartido sobre nuestra historia. Pese a todo, es evidente
el perfil intrínsecamente conservador de las instituciones uniformadas en
Chile, las cuales tienden a diseñar estrategias, estructuras y discursos que
perduren en el tiempo, lo que dificulta a su vez la posibilidad de adaptarse a
un entorno social más complejo, así como contribuir a la sostenibilidad de la democracia.
En
una reciente columna publicada por este mismo medio, los Diputados Vallejos y
Gutierrez proponían una modificación legal que consagrara la gratuidad y no discriminación en el ingreso a los
planteles educacionales de la Fuerzas Armadas y de Orden, como medida que
condujera a fortalecer la- construcción de instituciones castrenses más
diversas, tolerantes y democráticas, que pudieran representar no solo a un
segmento especifico de la sociedad. Si revisamos cuidadosamente los libros de
historia sin embargo, observamos que esta realidad no fue siempre así. Las
escuelas matrices solían ser espacios de ascenso social que estructuras
elitistas.
Más
allá de la pertinencia de la propuesta de los honorables, en cuanto a replicar
principios de gratuidad y libre acceso en las escuelas de formación de los oficiales
uniformados, lo fundamental a mi juicio para la consolidación y mantención de
los valores democráticos en las instituciones armadas, tiene que ver con los
proceso de formación de sus miembros. En este sentido, no basta con avanzar
hacia su profesionalización, conocedores de las mejores prácticas de seguridad
interior y defensa nacional, sino que indagar también en su formación valórica
y doctrinaria. Si bien esto no se agota con la sola inclusión de preceptos
democráticos en el currículo, observamos como en la actual institucionalidad,
son las propias fuerzas armadas y de orden quienes definen los lineamientos de
su formación, no existiendo un rol decisivo desde el punto de vista de los
contenidos y procesos formativos por parte de las agencias civiles especializadas.
Así mismo, reportado en algunos estudios específicos (Fuentes y Zuñiga), los
profesores de estos centros de formación, tienden a ser uniformados activos y en
retiro, quienes se sitúan como sujetos socializantes de dichos planteles, guardianes
doctrinarios de una cierta visión del mundo e interpretación particular de la historia.
Reconocemos
los avances en cuanto a la integración de las instituciones uniformadas a la
comunidad, habiendo realizado esfuerzos en fortalecer el discurso- al menos público-
de instituciones obedientes y no deliberantes. Pero no intentemos tapar el sol
con un dedo, quienes hemos compartido con uniformados activos y en retiro,
quienes han participado de conversaciones informales tanto con jóvenes
militares y carabineros, así como con viejos ex oficiales jefes, saben que el
discurso, la posición salvo honrosas y destacables excepciones, tiende lamentablemente
a ser una sola: el de defensa acérrima de la dictadura, el de la justificación
de los atropellos de los derechos humanos, el de la satanización del Gobierno
de la Unidad Popular y defensa del golpe de estado, el de la admiración al
dictador a su régimen y la añoranza de un periodo oscuro donde se detentó el
poder sin límites, el de los estereotipos banales e irreflexivos. En este
sentido, sin perjuicio de los progresos, mis observaciones desestructuradas y personales,
me hablan más bien que los valores democráticos y el respeto a los derechos
humanos como aspectos incuestionables, no han calado suficientemente hondo en
la cultura de la “familia militar”, persistiendo y reproduciéndose de manera generalizada
en sus discurso y convicciones más íntimos, la
“relativización del mal” como diría Hannah Arendten. Los riesgos a mi
juicio de mantener una sospecha subcutánea a la democracia y justificación de los
horrores del pasado como elemento aglutinador de su cultura, son altos. Sin duda
contamos en nuestro país con uniformados cada vez más profesionales, con una
fuerte vocación de servicio público, dispuestos a arriesgar sus vidas por su
patria, preceptos éticos admirables y esenciales para su funcionamiento. Quisiera
pensar a sí mismo, que en su formación doctrinal, se incorporaran más decididamente,
valores asociados al respeto a la
diversidad y democracia a todo evento, así como la condena a los hechos del
pasado sin matices ni justificaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario